En Taiwán se ha seguido con gran interés el encuentro en Busan, Corea del Sur, entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping en medio de especulaciones en cuanto a los términos en que ambos podían referirse al presente y futuro de la isla. A esa incógnita se sumaba otra preocupación no menor, las implicaciones de la cuarta sesión plenaria del Comité Central del PCCh, celebrada unos días antes, a propósito de los objetivos en las relaciones a través del Estrecho para los próximos cinco años.
Xi y Trump se han dado una tregua y, en ese contexto, Taiwán también ha ganado tiempo, aunque la incertidumbre está bien lejos de disiparse.
Busan
En el encuentro en Busan se barajaba la expectativa de que China podría reclamar a EEUU como precio un “alejamiento” de Taiwán para facilitar algún acercamiento comercial de cierta profundidad. La invocación de esta mera posibilidad generó inquietud entre los taiwaneses, quienes, a pesar de los esfuerzos del gobierno de Lai Ching-te para consolidar una alianza de facto, no las tienen todas consigo ante las ambigüedades de Donald Trump en este tema. La isla es en extremo dependiente de la actitud de EEUU y por más que figuras de peso de su Administración, como Rubio o Hegsheth, revaliden su compromiso con Taipéi, la confianza sigue en entredicho.
A China le importa que EEUU rechace expresamente el independentismo taiwanés y asuma que Taiwán representa el núcleo mismo de sus intereses fundamentales, una línea roja que Washington no debería cruzar. Por su parte, EEUU es consciente de que Taiwán es el talón de Aquiles de China y la principal razón que podría conducir a una guerra con potencial suficiente para hacer descarrilar el proceso chino o, alternativamente, finiquitar la hegemonía global estadounidense.
Cuarto pleno
En el comunicado final de la cuarta sesión plenaria, al referirse a Taiwán, se omitió el concepto de “reunificación pacífica”, una razón más para especular acerca de una preeminencia mayor del recurso a la fuerza para resolver este contencioso. Tan solo se consignó una escueta frase: “promover el desarrollo pacífico de las relaciones entre ambos lados del Estrecho y avanzar en la gran causa de la reunificación nacional”. En comparación con el comunicado del quinto pleno de cinco años atrás, hay un matiz significativo. Entonces se hablaba de “promover el desarrollo pacífico de las relaciones entre ambos lados del Estrecho y la reunificación de la patria”. La diferencia principal estriba en el uso del término “avanzar”.
El máximo responsable de estas cuestiones en el Comité Permanente del Buró Político del PCCh, Wang Huning, en el marco de las conmemoraciones para celebrar el 80 aniversario de la devolución de Taiwán a China (1945), revalidó la vigencia de la fórmula tradicional, dando a entender que, en efecto, la vía pacífica sigue primando en la estrategia para lograr la reunificación. Al mismo tiempo, ha dejado entrever el impulso de una estrategia política más incisiva y de mayor alcance: a partir de ahora, Taiwán ya no será un mero eslogan discursivo sino un objetivo político que debe materializarse en acciones concretas de alto significado cualitativo en los próximos años y no tanto para trabar la independencia de iure como para “avanzar” en la reunificación de facto.
En los días siguientes, diversos artículos ampliamente divulgados en la prensa china han abundado en mostrar a los taiwaneses las ventajas de la unificación con el continente: más bienestar social, mejores perspectivas de desarrollo, mayor seguridad y dignidad, y una presencia más sólida en el mundo. La fórmula de “la isla administrada por patriotas” (ya aplicada en Hong Kong) y las promesas de respeto del sistema social y estilo de vida, enmarcaban la propuesta.
Choque de narrativas
Al presidente Lai Ching-te le gusta fotografiarse un día al lado de un batallón de tanques recién adquiridos y otro en la botadura de buques guardacostas al tiempo que, discursivamente, reitera la firme voluntad de defender la soberanía de la isla. La narrativa política del Partido Democrático Progresiva (PDP) ha situado la seguridad en el podio de su acción de gobierno mientras negocia con EEUU los términos de su relación (aranceles, inversiones, semiconductores, compra de armas, gasto en defensa…).
El rumbo marcado por el PDP contrasta con el enfoque de la oposición. La nueva presidenta del KMT, Cheng Li-wun, se ha mostrado abiertamente contraria a la dinámica auspiciada por el PDP (con el exigente beneplácito de EEUU) de elevar el presupuesto de defensa de la isla al 5% del PIB antes de 2030 (y más del 3% el próximo año que sí apoyaba su antecesor en el cargo, Eric Chu). Cheng se antoja más radical en la defensa de la propuesta unionista y señala la búsqueda de la paz “a largo plazo” como una de sus líneas principales de acción con la base política común del Consenso de 1992 y buscando el diálogo y la cooperación con el otro lado del Estrecho.
En estos términos, lejos de aminorarse, la polarización política en Taiwán se extremará en los próximos años.
China cuenta con Cheng Li-wun
Xi quiere dar pasos al frente para encauzar la “anomalía histórica” que representa Taiwán y cerrar el ciclo de decadencia que hizo posible su “pérdida” ante Japón (Shimonoseki, 1895). Si la cuarta sesión plenaria del PCCh apunta a un giro de guión, el silencio de Busan nos invita a considerar que la opinión de EEUU le importa relativamente poco a efectos de su implementación.
En esa estrategia a desarrollar en los próximos cinco años, Cheng puede ser una valiosa aliada. Beijing confía en ella y parece mostrar altas expectativas a pesar de sus orígenes políticos en el campo soberanista. Su elección al frente del KMT abre un tiempo clave hasta 2028, las próximas presidenciales, con una primera estación en los comicios locales del 28 de noviembre de 2026. Las perspectivas políticas de este desarrollo harán altamente improbable que las tensiones escalen gravemente en el Estrecho, ni mucho menos una guerra como tantos anuncian.
Xi no tiene un cronograma pero considera llegado el momento de lograr progresos tangibles. Camino de 2035 podemos encontrarnos con una batería de medidas prácticas que avancen en la unificación de facto. Disuasión militar, integración económica, ingeniería institucional, iniciativas normativas… arrollarían el independentismo visibilizando que el balance militar y el poder económico y tecnológico se desequilibra cada día más contra Taipéi. Si el PDP es derrotado en las elecciones de 2026 y, sobre todo, en 2028, el proceso podría acelerarse.
Busan ha evidenciado la vulnerabilidad de EEUU, lo cual, llegado el caso, puede facilitar su neutralización. Estados Unidos y China son competidores cada vez más en igualdad de condiciones. Si bien Estados Unidos sigue siendo más fuerte en general, ya no domina de forma clamorosa y absoluta esta relación bilateral y China puede tomar represalias que Washington no podrá ignorar. A ello debemos sumar el creciente número de voces que en EEUU sugieren tomar distancias del soberanismo para evitar verse involucrados en una guerra con China por Taiwán.
Estas tendencias acorralan seriamente al soberanismo taiwanés.


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