Antes de la reunión que mantuvo con Xi Jinping en Busan, Corea del Sur, Donald Trump publicó en su red Truth Social: “THE G2 WILL BE CONVENING SHORTLY!”. Y tras el encuentro, dijo: “My G2 meeting with President Xi of China was a great one for both of our countries. This meeting will lead to everlasting peace and success. God bless both China and the USA!”. Trump calificó el encuentro con Xi de “histórico” y aludió a la idea de que EE.UU. y China podrían cooperar a muy alto nivel. ¿Regresa, entonces, el G2?
El término “G2” es una vieja idea que se planteó en los años 2000 según la cual EE.UU. y China podrían convertirse en los dos países dominantes y comprometidos en la gestión conjunta de cuestiones globales. Así formulada, la idea de Estados Unidos y China gobernando juntos el mundo fue popularizada inicialmente por el economista estadounidense Fred Bergsten en 2005. Él argumentaba que, dado que EE. UU. y China eran las dos economías más grandes y motores del crecimiento global, necesitaban una relación especial para manejar los asuntos mundiales.
La utilización de este término por Trump se antoja un cambio retórico: en su primer mandato, él y su gobierno dieron pábulo a un cambio radical de enfoque hacia una postura mucho más confrontativa con China; ahora, al usar “G2”, parece estar reconociendo a China como un par global para gestionar de forma más constructiva la relación bilateral. Por supuesto, la referencia al “G2” no garantiza que EE.UU. y China hayan resuelto sus grandes diferencias (sobre comercio, tecnología, Taiwán, etc.). Esa agenda sigue llena de tensiones.
Por otra parte, aunque Trump presenta esa invocación como expresión de cierta voluntad de cooperación, los aliados de EE.UU., podrían también temer que esa visión de un “G2” les margine aun más en una nueva manifestación del absoluto desprecio diplomático que caracteriza su administración en lo que va de segundo mandato,
La visión de Hillary Clinton
La idea de un “G2” entre Estados Unidos y China ha estado en el debate político durante varios lustros, y Hillary Clinton fue una de las figuras más prominentes en plantear una versión de este concepto, aunque ella no lo llamó directamente “G2”.
Cuando fue Secretaria de Estado bajo el gobierno de Barack Obama (2009-2013), el mundo acababa de pasar por la crisis financiera global de 2008. China había emergido no solo como la fábrica del planeta, sino como un actor económico y político crucial. En este contexto, la administración Obama buscó una nueva forma de interactuar con Pekín.
En esencia, la propuesta de H. Clinton no era un “G2” para gobernar el mundo, sino una asociación estratégica integral para resolver problemas globales. Su enfoque se materializó en el Diálogo Estratégico y Económico entre EE. UU. y China cuyos fundamentos principales nos remitían al reconocimiento expreso del alto nivel de interdependencia económica que obligaba a tratar al más alto nivel no solo asuntos como comercio y divisas, sino también cooperación macroeconómica global. Otro elemento esencial era la cooperación en temas globales como el cambio climático, la no proliferación nuclear, las pandemias o la estabilidad financiera.
Esa doble orientación se completaba con la idea de crear un marco estable y canales de comunicación fluidos para manejar los desacuerdos inevitables (como el Mar de China Meridional, los derechos humanos o el espionaje cibernético) de manera que no descarrilaran toda la relación.
Se trataba, por tanto, de una “asociación estratégica sui generis” destinada a enmarcar la competencia entre las dos potencias dentro de un contexto de cooperación forzosa en temas globales.
En contraste, lo que Trump ha insinuado es una relación mucho más transaccional y confrontacional, donde la cooperación solo sería posible después de que China cediera a las demandas estadounidenses bajo la amenaza de aranceles masivos y otras medidas coercitivas.
Si el “G2” de Clinton/Obama era una mesa de cooperación para gestionar la interdependencia, la visión de Trump no es la de un “G2” de socios, sino la de una rivalidad manejada donde EE. UU. presiona al máximo para obtener ventajas. Es una postura que combina la confrontación económica con la disposición a hacer un trato, pero desde una perspectiva de “America First”.
Son, por tanto, dos visiones fundamentalmente diferentes de la relación bilateral aunque coincidirían en la búsqueda de una victoria en la gestión de la competencia estratégica, ahora mucho más cruda.
China rechaza un G2
Antes y ahora, China interpretó esta propuesta no como una asociación de iguales (el G2 teórico), sino más bien como una relación en la que EE. UU. tiene una posición de fuerza para dictar los términos. En consecuencia, si bien China puede cooperar con EE.UU., continuará practicando el multilateralismo “real” en los asuntos globales, y excluye cualquier hipótesis de un dominio a dúo con EE.UU.
Internamente, China plantea una vía para asegurarse las capacidades que deben garantizar la optimización de su desarrollo y poder integral a sabiendas de que la confrontación prolongada con Estados Unidos ya no es un riesgo que deba mitigarse, sino la condición estructural de su ascenso.
En suma, no se hace ilusiones y, en consecuencia, opta por fusionar seguridad y desarrollo en un único sistema que le garantice la ventaja estratégica. La rivalidad expresada en términos de confrontación es el principio estructurador de una política en la que el conflicto podría acentuarse. Esto requiere aumentar y asegurar las capacidades propias preparándose para una rivalidad de largo alcance y de largo plazo en la que debe resistir, competir y prevalecer. Así se ha dictaminado en la reciente cuarta sesión plenaria del Comité Central del PCCh.
La noción de multipolaridad es el antídoto conceptual que China opone a cualquier esquema de hegemonía o de condominio entre potencias (como el que podría sugerir un “G2”).
Para China, la “multipolaridad” (多极化 duōjíhuà) es la idea de que el sistema internacional debe estructurarse en torno a varios polos de poder —políticos, económicos, culturales y civilizatorios— en igualdad soberana, sin una potencia dominante. Se opone explícitamente al unipolarismo estadounidense (tras la Guerra Fría), y, por extensión, a una bipolaridad reeditada tipo “G2”.
Hoy día, el propósito último de China no es sustituir la Guerra Fría por una Paz Fría, ni siquiera reemplazar a EE. UU. como potencia hegemónica, sino rediseñar la arquitectura global de modo que no haya un centro único de poder, el Sur global gane peso y las instituciones reflejen la realidad de un mundo “posoccidental”. Todo ello mimando la gestión de una rivalidad controlada que evite los desbordamientos críticos.


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