El secreto mejor guardado de Pepe Castedo, por Xulio Ríos

Un halo de cierto misterio ha rodeado siempre la figura de Pepe Castedo (1914-1982). Tan locuaz como enigmático, su arribo a la China de Mao, a las puertas de la Revolución Cultural, cuando medio mundo de solidaridad había hecho las maletas unos años antes tras el punto álgido de la controversia sino-soviética, desataba inevitablemente las especulaciones.

Ese primer Castedo con el que uno se encuentra es el pedagogo autodidacta, quien se vuelca a tope, a partir de cero, con sus estudiantes y colegas, sin mimbres apenas, para capacitar en español a quienes debían desempeñar altas responsabilidades en los más diversos campos del mandarinato. Castedo supo ingeniárselas para despertar el afecto de sus alumnos y, a la vez, adiestrarlos en el óptimo y hábil manejo de la lengua. Todo ello con altas dosis de generosidad, sacrificio y compromiso personal.

Ese Castedo, no necesariamente maoísta, era también el republicano, el que había participado y sufrido la guerra civil española, con visible huella en su aspecto físico, lo que aportaba ante terceros un plus de heroicidad y coherencia que generaba simpatía y respeto por igual, desde luego entre la comunidad china militante pero también entre la compungida y limitada comunidad extranjera que en aquellos años pululaba por una China de nuevo encerrada en los límites de la Gran Muralla.

Podíamos explicar esa rara deriva oriental de Castedo en función de una militancia republicana, progresista, no comunista ni filosoviética, que, por casualidades de la vida, le habría catapultado de París a Beijing en 1964. A ese París habría llegado unos años antes huyendo de la asfixia franquista, que tanto podría interpretarse como irrespirable per se en atención a la ausencia de libertades básicas como simplemente amenazante a titulo personal en primer término. Y seguía huyendo, con el franquismo pisándole los talones como abundan algunos testimonios relevantes y documentados.

Su extraña muerte, suicidio según algunos, envenenamiento criminal según otros, hacía oscilar su tránsito vital entre la decepción que había connotado su vida (la pérdida de la guerra, el agrio reencuentro con la España posfranquista cuando regresó en 1979, el olvido de la China posmaoísta cuando se planteó volver…) y el ajuste de unas cuentas que otros nunca le habían perdonado. Esos otros serían los mismos que identificado le tenían y que no le habrían dejado en paz ni en Madrid ni en París y que, finalmente, le obligarían a alejarse aun más de los suyos, su esposa, y sus dos hijos.

¿A qué tanto enigma? Aquel exiliado, aquel profesor, aquel de apariencia irreverente tenía, no obstante, un secreto que podría explicar su impulso existencial tras la guerra, finalizada cuando apenas tenía 25 años. La filiación en el SIEP, el Servicio de Inteligencia Especial Periférico, adscrito al Estado Mayor Central del ejército republicano, donde sirvió como Teniente de Ingenieros, un servicio bastante clandestino involucrado en múltiples operaciones relacionadas con el espionaje táctico y estratégico, podría explicar mucho.

Los miembros del SIEP gozaban de una alta consideración. Muchos fueron capturados y ejecutados sumariamente. Es comprensible que Castedo temiera por su vida. Castedo, a fin de cuentas, sabía, no sabemos exactamente que, pero sabía… Y mantuvo el silencio hasta el final. ¿Le costó la vida? Podría ser.

(Para Infolibre)


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